La semana pasada colgué un post en Estrellas y Caracoles ilustrando del tema de la semana de Illustration Friday: "el Zoo". Se me ocurrió preguntarle a Joaquín qué le parecía y su respuesta, via e-mail, fue larga y sin desperdicio: "También, ya te vale pedirme comentarios sobre el Zoo, como si no me conocieras. Tu lo has querido.
Bueno, esa historia de Max la recuerdas bien. Otra de las muchas cosas que hacían encoger el corazoncito de un trabajador de zoo, y que me hacían preguntarme qué coño hacía yo trabajando en un lugar en el que los animales están vivos, sí, rescatados de comercio ilegal a veces, sí, criando y aumentando de número cuando quedan muy pocos, también; pero ¿a qué precio?.
El final de Max fué triste. No salió de una anestesia. Teniendo en cuenta que sólo había 50 drils en cautividad, la pérdida no fué sólo personal, sino algo más.
El privilegio de expulgar y ser expulgado por unos macacos negros que consideraban al resto de los humanos como seres sólo merecedores de ser asesinados, la posibilidad de jugar (dolorosamente) con 8 jovencitos de chimpancé (qué bestias, Dios); de tocar un bebé de panda rojo, de tener varios suricatos vigilando posibles enemigos desde la atalaya de mis hombros; La alegría mañanera de saludar a King, el tigre de Bengala, oliéndonos por la rendija de la jaula o viendo cómo saltaba al agua para acercarse cuando estaba en la instalación exterior; El asombro de un muy asustado humano tocando a través de las rejas interiores la piel de un gorila de más de doscientos kilos;Compartir unos plátanos con una orangutana pasando olimpicamente de las risas del público que miraba desde fuera; De tocar los larguísimos brazos de unos gibones con los que incluso los cuidadores tenían que tener cuidado; La petición silenciosa de una morena de dos metros para que le rascara la tripa, metiendo las manos en su acuario; El increible tacto de una pitón de sesenta kilos; El convencimiento de que no me quedaría un hueso sano en el brazo al sentir la fuerza de las garras de un búho real o un águila negra africana; El descubrimiento de la fuerza moral y la capacidad de sacrificio personal de algunos cuidadores en su lucha por hacer lo mejor posible la vida de sus animales, recibiendo con generosidad y alegría la presencia de alguién tan pesado como yo. 15 años de recuerdos... Madre mía, yo qué sé. ¿Querías vivencias?. Pues no sé qué decirte.
Nunca agradeceré lo suficiente la oportunidad del contacto con tantos animales (aunque enjaulados) y de algunos cuidadores, que me han enseñado tanto y me han hecho mejor persona. Estoy muy satisfecho también con haber hecho un trabajo tan complicado como el de provocar el asombro y la empatía en un montón de niños. Casi estoy seguro de haber conseguido que sientan algo parecido a lo que sentimos muchos por los bichines.Espero haber contribuido a bajar el número de muertes por pedrada.
Para intentar dilucidar la disyuntiva de dónde está la bestialidad, fuera o dentro, te recuerdo una anécdota que ya te conté:
Un padre y su hijo pequeño recogían bellotas de una encina. Como en un Zoo eso sólo tiene una explicación probable, me quedé por allí mirando y rezando para que no escogieran a Coco y Blacky. Esperanza vana. Se dirigieron tan contentos a la jaula de los macacos negros. El niño les ofreció una bellota y, como hacía siempre con los niños, Coco hizo ver que la cogía, para inmediatamente intentar la misión imposible de arrancarle el dedo al niño. Éste empezó a llorar asustado, y su padre comenzó a lanzar las bellotas contra Coco, aunque todas rebotaban contra los barrotes. Me acerqué y le dije: "Pero, ¿qué hace?" me contesto que el mono había atacado al niño. Le contesté: "Ya lo he visto. ¿no ha leído el cartel?" (Cartel rojo: ANIMAL PELIGROSO. NO ACERCARSE) me aclaró que el niño era muy pequeño y no sabía leer. Le contesté que su padre era adulto y que sí sabía leer, por lo que la responsabilidad de lo que había pasado era suya y no de Coco. Me contestó que no comprendía cómo le decía eso, si el que había atacado era el mono. Le respondí: "Caballero, si el lado inteligente de la jaula fuera el de dentro, el cartel lo habrían colocado mirando hacia el interior". El padre se quedó callado mirándome durante un par de segundos. Parecía que estaba decidiendo si le estaba insultando o no. Por suerte, parece que decidió que no, porque cogió al niño (que seguía llorando) y se alejó diciéndome que ese mono era un cabrón.
Después de todos estos años, lo que todavía me sigue sorprendiendo es que, afortunadamente, NO ME ENTENDIÓ. La conclusión a la que llegué es que para saber en cada caso dónde está el lado bestia de la jaula, sólo hay que quedarse a mirar un rato.
A modo de descargo, he de decir que después de que Coco ha soportado durante toda su vida el griterío de los grupos escolares, los intentos de quemarle, cortarle, envenenarle, ¡Sacarle los ojos!, y otras lindezas... Le entiendo. También entiendo la subida de adrenalina de un padre que, al fín y al cabo, lo único que intentaba era hacer feliz a su hijo pequeño permitiéndole hacer un regalo a un monito.
Así que, como siempre en el Zoo, no sé a qué carta quedarme. La droga del Zoo tiene un sabor agridulce y no te deja llegar a conclusiones racionales por más que lo intentes.
Un abrazo.
Joaquín."